martes, 15 de abril de 2008

Otro holocausto

Vivian Rodríguez del Toro
Ex presidenta de la Asociación de Psicología/ Integrante del Movimiento Amplio de Mujeres de Puerto Rico
Publicado en VOCES, El Nuevo Día

15-Abril-2008

¿Cuántas mujeres más tienen que morir en el patíbulo del machismo para que nos indignemos como pueblo? La octava mujer, madre de dos menores es la última víctima este año. Este horrible suceso, como todos los anteriores, se ha convertido en la noticia del momento, pero ¿qué pasará al cabo de unos días? Lamentablemente, la mayoría de la gente seguirá su vida habitual y en su conformismo silente será cómplice de que Aida Otero pase a ser sólo una estadística más de este interminable holocausto.

Urge reconocer que las raíces de la violencia de género no pueden arrancarse para extirpar este profundo mal, sin una acción concertada y firme de todos en Puerto Rico. Esta responsabilidad no es únicamente de la Procuraduría de las Mujeres, que con su limitado presupuesto y recursos humanos, hace malabares para prevenir y combatir este grave problema.

Igualmente, las organizaciones comunitarias, centros académicos y otros grupos, desde sus diversos espacios, sobrepasan el límite de sus posibilidades para contribuir con este esfuerzo.

Es tiempo de exigir que la violencia doméstica sea atendida como una prioridad de salud pública y de derechos humanos, según fue declarada por organizaciones internacionales, y que reciba los recursos humanos y fiscales necesarios. Es vital combatir las creencias, mitos y estereotipos que permean las visiones y discursos sobre los hombres y mujeres en las instituciones sociales (familia, escuela, iglesia) y los medios de comunicación.

Un ejemplo reciente es la propaganda para venderle a las mujeres la necesidad de adiestrarse en bailes eróticos y “striptease” para activar la pasión y erotismo de los hombres y “evitar que tengan que salir del hogar para buscar esas actividades”.

Con mensajes como este no debe sorprendernos que muchos hombres sigan viendo y tratando a las mujeres como objetos sexuales, de su propiedad y responsables de su placer. Por ende, utilizables y desechables a su gusto y antojo. ¡Qué barbaridad!

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