Columna de Mari Mari Narváez
Publicada en El Nuevo Día, 6 de marzo de 2009
Entrevistaba a la propia Barbie en ocasión de sus 50 años y el Día Internacional de la Mujer.
“Pues fíjate”, me dijo, “hasta las feministas de este país han jugado conmigo”.
No quiso mencionar nombres pero me contó la historia de esta mujer que pasa por muy ‘progre’. “Llamémosla M”, dijo.
Barbie nunca fue el juego favorito de M, no porque la muñeca fuera demasiado rubia, imposiblemente flaca o por esa sonrisita exasperante. El problema residía en que la hermana mayor de M utilizaba su jerarquía para imponer el guión del juego.
Con gran sicología, la hermana empezaba preguntándole a M a qué se dedicaría su Barbie. “Será doctora”, le contestaba la niña. “Ok”, aprobaba ella, entusiasmando a la pequeña. Después de concederle la gran profesión, la casa, el guardarropa y el Ken (¿qué más se podía pedir?), la hermana mayor soltaba su plan macabro: “Está bien, tú serás la doctora y yo la secretaria. Pero entonces Ken se enamora de mí”.
Así fue que la hermana de M le adjudicó el rol de esposa medio mojigata que sufría las infidelidades de Ken mientras ella, la mayor, era la amante medio tonta pero súper sensual que manejaba el famoso convertible rosado.
Un día, la pequeña M se hartó del papel de víctima, recogió sus muñecas y renunció al juego, abandonando a la hermana con sus fantasías novelescas. A solas con sus Barbies, empezó a experimentar cortándoles el pelo. Cuando ya estaban casi calvas, al no encontrar qué más hacer, descubrió un nuevo entretenimiento que le sirvió como terapia infantil durante años: verlas caer en el pavimento al tirarlas desde el séptimo piso donde vivía.
“Todavía, con toda su insolencia, recomienda este jueguito a las hijas de sus amigas”, me confesó Barbie, con un resentimiento como estancado en la voz, en la mirada.
Creí prudente terminar la entrevista y salí al ascensor. Piso 7, qué coincidencia, pensé. Apenas entré, sentí una mano que, con violencia, me haló por el moño. Al ver entre sus dedos la enorme tijera, recordé el encendedor que llevaba en el bolsillo.
Lo demás es historia. Felices 50, Barbie.
* La autora es periodista.
http://www.elnuevodia.com/columna/539625/
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