jueves, 25 de septiembre de 2014

El derecho a decidir, una herramienta descolonizadora*

Shariana Ferrer Núñez


   
      En nuestra cotidianidad tiramos conceptos políticos para provocar discusiones. Independencia. Soberanía. Autodeterminación. Libertad. Descolonización. Ansiamos el momento de liberarnos de políticas impuestas, de los decretos asignados y de la subordinación. Por eso es importante que hablemos de las políticas del cuerpo partiendo de estos conceptos. 

      Desde una lectura política, el aborto nos ilustra las reivindicaciones de las mujeres a decidir sobre sus propios cuerpos. El aborto no es un fin en sí mismo, pero ciertamente es una opción para aquellas mujeres que no desean ser madres. Y es que en el contexto colonial de Puerto Rico, donde la colonialidad se manifiesta sobre los cuerpos precarios, vulnerables y patologizados, la mujer es propiedad. Por eso, desde los espacios feministas, nos reafirmamos descolonizadoras más allá de ser independentistas. La Patria también nos impone ser madres. 

Una mirada desde adentro y hacia afuera

      La legalidad del aborto en Puerto Rico se logra gracias a la decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos bajo la sentencia del caso Roe v. Wade en el 1973. Más adelante, en 1980, el Tribunal Supremo de Puerto Rico emitió una sentencia de mayor alcance para garantizar el derecho al aborto bajo el caso Pueblo v. Duarte. La línea siempre ha sido que el aborto es un derecho que parte del reconocimiento a la intimidad de la mujer y las decisiones que toma sobre su cuerpo. Esa intimidad ha sido objeto de ataques que se han manifestado de diversas maneras como atentados a las clínicas que practican abortos, persecuciones y hasta asesinatos de mujeres que fueron a abortar y agresiones a profesionales de la salud que realizaron abortos.

      En el contexto latinoamericano y caribeño, el aborto está totalmente prohibido en siete países y en el resto, el mismo está condicionado. Por su ilegalidad, las mujeres recurren a prácticas, en muchos casos, inseguras, porque las mujeres que no quieren ser madres hacen lo posible por interrumpir su embarazo. Lamentablemente, bajo este clandestinaje, son muchas las mujeres que encuentran su propia muerte por el solo hecho de no querer continuar un embarazo. Y es que está comprobado que en los países donde el aborto es ilegal las cifras de las prácticas del mismo no se reducen, pero las muertes por prácticas inseguras e insalubres sí.

Democracia, más biopolítica de lo que aparenta

       Aún con la legalidad del aborto en Puerto Rico el mismo sigue tipificado como delito en el Código Penal, es decir, una vez más, el cuerpo de las mujeres es tomado por asalto. El mismo continúa siendo degradado por la sociedad patriarcal en la que vivimos: un cuerpo carente de falo, epicentro de poder en una cultura machista; un cuerpo que sangra, como signo de debilidad; un cuerpo enfermo, un embarazo.

      Nuestra forma de organización social le otorga el poder al colectivo, sin embargo, en las reinterpretaciones de lo democrático dichas decisiones parten de una entidad soberana. Precisamente, ese ser soberano es quien, únicamente, decide la vida y muerte de sus subordinados y visto que todavía al aborto se le da la lectura de ser la muerte intencional de una criatura por nacer, el mismo es criminalizado por el soberano. Tomando la interpretación de la teórica feminista Rosi Braidotti, las mujeres somos vistas como madres de una nación,monstruos por las interpretaciones históricas y filosóficas que le han dado a nuestros cuerpos en relación con su función biológica y máquinas partiendo del vínculo material de producción, nuestra razón de ser es instrumental. Las mujeres (y otros) que transgredan estas interpretaciones son estigmatizados y perseguidos por no asumir roles de género y retar el supuesto orden.

Lo que no es igual, es eso, diferente

      No es casualidad que alrededor del 70% del liderato opuesto al derecho al aborto son, en efecto, hombres. Ninguno de ellos quedará embarazado. Reconocer el derecho al aborto ha arrastrado el dilema sobre la igualdad, ya que se le reconoce un derecho a un sector de la población y el mismo no se le puede reconocer a toda la población. Las mujeres somos las únicas que podemos abortar y eso, para nuestra sociedad machista, representa un caos. 

      Otro hecho que podemos observar es que mientras en Estados Unidos se “avanza” con el reconocimiento del matrimonio entre parejas del mismo sexo, los derechos reproductivos van en retroceso. Esto ocurre debido a que el discurso liberal pretende igualarnos, no reconocer las diferencias. Se ha querido analizar la historia sobre los derechos civiles de manera lineal, como la lucha por un todo por parte de sectores oprimidos englobados: negros, mujeres, gays. Esta lectura deja a un lado las intersecciones de la opresión, las dinámicas de poder al interior de estos grupos e invisibilizan la continuidad de las luchas.

Mi cuerpo, territorio de derechos

      No podemos hablar de independencia, de soberanía, de autodeterminación, de libertad(es), ni de descolonización de los pueblos sin reconocer, garantizar y despenalizar nuestro propio derecho a decidir desde nuestro primer territorio, el cuerpo. Reconocer el cuerpo como territorio de derechos y asumirse soberana del mismo resulta en una compleja concepción descolonizadora. La solución podría resultar más fácil de lo que aparenta. Ha sido expresado en consignas, ha sido creada en la marcha, ha resistido como quienes luchan por la libertad. Educación sexual para decidir. Anticonceptivos para no abortar. Aborto libre, seguro y gratuito para no morir. En el retrato del colonizado, somos aquellas despojadas de territorio, nos han robado el poder decisional sobre nuestro futuro, de nuestra vida. Lo queremos de vuelta. 

La autora es estudiante de la UPR en Río Piedras y activista de los derechos humanos.
*Publicado en Claridad.com el 22 de septiembre de 2014

No hay comentarios:

Publicar un comentario